Siento como te me escapas día a día y yo, sin poder hacer nada, me quedo sentado a observar como te alejas.
Por más que lo intente no puedo atraparte, ni quiero la verdad. Imagino que debe ser así, que has nacido con esa prisa para obligarme a no permanecer quieto, a correr detrás de ti para no quedarme atrás.
Pero que difícil resulta a veces seguirte la pista, cuando tus pasos son más largos que los míos, cuando le quitas horas a mis días ocupando mi quehacer con minucias.
Complicado y camaleónico, adoptas cualquier forma con tal de parecer platónico. Sorprendente y cruel, consigues que tu esencia no disponga de unidad de medida, siempre tan surrealista, siempre tan esquivo.
Me has obligado a renunciar a tantas cosas que me veo reducido a obligaciones, teniendo que prescindir del sueño, casi tan deseado como tú, para disfrutar de la libertad que acompañan las horas muertas.
¿Dónde estás ahora que tanta falta me haces? ¿Cuándo voy a poder disfrutarte de verdad? Sin complicaciones, sin relojes que conviertan mi paz en nerviosismo, sin tu terrible conciencia que tatúa una agenda en mi piel.
Sueño con arena blanca, con una silla de mimbre y el tacto de la paz entre mis dedos, con un paisaje sin horizonte, con el tarareo desinteresado de tu voz.
Entiende que no pido más que una noche atemporal.
Y que a pesar de todo, la vida es demasiado corta como para vivirla sin ti.