viernes, 30 de diciembre de 2011

Tiempo



Siento como te me escapas día a día y yo, sin poder hacer nada, me quedo sentado a observar como te alejas.

Por más que lo intente no puedo atraparte, ni quiero la verdad. Imagino que debe ser así, que has nacido con esa prisa para obligarme a no permanecer quieto, a correr detrás de ti para no quedarme atrás.

Pero que difícil resulta a veces seguirte la pista, cuando tus pasos son más largos que los míos, cuando le quitas horas a mis días ocupando mi quehacer con minucias.

Complicado y camaleónico, adoptas cualquier forma con tal de parecer platónico. Sorprendente y cruel, consigues que tu esencia no disponga de unidad de medida, siempre tan surrealista, siempre tan esquivo.

Me has obligado a renunciar a tantas cosas que me veo reducido a obligaciones, teniendo que prescindir del sueño, casi tan deseado como tú, para disfrutar de la libertad que acompañan las horas muertas.

¿Dónde estás ahora que tanta falta me haces? ¿Cuándo voy a poder disfrutarte de verdad? Sin complicaciones, sin relojes que conviertan mi paz en nerviosismo, sin tu terrible conciencia que tatúa una agenda en mi piel.

Sueño con arena blanca, con una silla de mimbre y el tacto de la paz entre mis dedos, con un paisaje sin horizonte, con el tarareo desinteresado de tu voz. 

Entiende que no pido más que una noche atemporal.

Y que a pesar de todo, la vida es demasiado corta como para vivirla sin ti.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Nido en llamas


Le ardía la piel.

Aquella noche no conseguía conciliar el sueño, no era para extrañarse teniendo en cuenta su insomnio continuo, pero sudaba más de lo normal.

No se lo pensó dos veces, se levantó, cubrió su garganta con un pañuelo negro y sombrero de copa en mano se largó.

Dejó una nota en la nevera.

Estaba cansado, estaba cansado de la maldita rutina, del triste y acomodado paso del tiempo. No soportaba más sentirse como un halcón encerrado en su nido. Necesitaba saltar, volar, hacerse daño, intentar palpar el aire y caerse una y otra vez. Ansiaba el miedo, correr detrás de cada objetivo y ser perseguido por manadas de hienas sedientas de arrebatárselo todo.

En fin, necesitaba sentirse vivo.

Aquella última noche sería recordada como un punto de partida, donde todo empezó.

Y sería tal el triunfo que no pensaría en volver, y sería tal el portazo, que si cerrases los ojos años después y soñases, podrías sentir su sonrisa acariciando tus miedos.

Lo tuvo todo, aquello cuanto se propuso sencillamente lo consiguió. Y cada mañana, cuando se despierta, agradece aquella noche en la que se escapó del mundo en el que le había tocado vivir, para crear otro distinto donde poder elegir.

Esta es la historia de un hombre que lo dejó todo por no conseguir dormir, por sentir como su sangre cabalgaba y cabalgaba en busca de algo tan indescriptible como su propia ambición, por saber que podía ser algo más, por querer crecer, por no conformarse, por pensar que después de cada pensamiento debe haber una acción que lo confirme, por creer que tras la pared existía algo por lo que mereciese la pena desprenderse de su confortable pero absurda existencia.

Esta es la historia de un hombre que pensó que podía ser publicista.

Años después entraron al lugar de donde se escapó y vieron aquel viejo papel sujetado a imán en la nevera, en el que simplemente se podía leer:

“Lo siento pero tengo hambre, mucha hambre”.