jueves, 27 de noviembre de 2014

En la complejidad de los días



Comprendo que el paso del tiempo, tan inevitable como depredador, no deja lugar a la mentira. Al fin y al cabo, no podemos engañar a nadie. Terminarán por descubrir quiénes somos, aunque nuestro hábil captor sea nuestro mísero reflejo. 

Es ese minutero diabólico quien tampoco dejará espacio para los sueños que, falsamente prometidos, quizás fueron demasiado utópicos para convertirse en realidad. Algún día tendremos que asimilar que no fueron simples deseos, sino delirios de grandeza.

No somos más que hojas secas de otoño arrastradas por una corriente temporal, débiles, carentes de voluntad real. No podemos luchar contra el curso de los ríos ni evitar ser devorados por su fatídico desenlace.

Lo que sí que podemos hacer es quitarnos, aunque sólo sea por un instante, nuestros industriales zapatos y pisar la fría hierba de la mañana, que no es poco. 

A pesar del tiempo, de las arrugas, de los años, siempre nos quedará el olor de la tierra rojiza, la sonrisa maliciosa de la noche, los ojos de aquellos que consiguieron ver a través de nosotros mismos.

Hay quien puede pensar que este mundo es complejo, complicado, difícil. También hay quien prefiere no perder el tiempo en el tiempo y dedicarse a vivir.

Seguimos siendo niños con demasiadas capas de pintura, nada más.

martes, 24 de junio de 2014

La noche libre


Nos habían negado la entrada al albergue, al menos la entrada gratuita. Y nosotros, por aquel entonces, ya solo pagábamos por comer.

Habíamos entrado en el norte de Asturias, concretamente en el pequeño pueblo “La Isla”.

Llevábamos todo el día pedaleando, empujando la bicicleta y soportando el peso de nuestras alforjas. Apenas nos quedaba una hora de luz y decidimos acercarnos a la playa a darnos un baño. Es extraño, pero aún no nos habíamos bañado en la playa, y eso que nos acompañaba desde el principio de nuestro camino.

Al llegar no tocamos ni el agua. Nos sentamos en la arena formando un círculo y nos fumamos un cigarro casi en silencio. Estábamos esperando la noche.

Cenamos con algunos peregrinos en una mesa de madera gruesa, oscura, de esas que llevan muchos años allí, de esas que sabes que van a durar toda la vida. Era agradable compartir vivencias con otras personas, pero al cabo de poco ya me molestaba la conversación. Llevábamos tanto tiempo solos que me había acostumbrado a lo bello del silencio.

La cena nos condujo a la negra noche, y sin darnos cuenta, todo el mundo se había ido a dormir. Todo el mundo menos nosotros, que estábamos esperando como gatos hambrientos nuestra oportunidad.

Entramos en el albergue sigilosos, a sabiendas de que quedaba algún colchón sin utilizar amontonado en una habitación. Tiempo atrás nos hubiese importado molestar, o que alguien nos llamase la atención. Pero la necesidad de dormir cómodo iba muy por encima de todo aquello.

No quisimos dormir dentro, eso ya no era para nosotros. Siendo sincero, recuerdo que cada día que nos quedábamos sin techo era un regalo, una oportunidad más de sentirnos completamente parte del entorno.

Así fue que sacamos 3 colchones al exterior, a los jardines de aquel pueblo tan bonito.

No teníamos sábanas, ni colchas, ni nada. Recuerdo como utilizaba como almohada unos sucios tejanos, y su olor ya no me disgustaba. Es más, olía a hogar. Y cuando estás tan lejos de todo, cualquier sensación parecida es realmente agradable.

Esa noche fue sin lugar a dudas “la noche”, y ese pueblo, La Isla, el mágico lugar donde pudimos sentirnos en libertad. Contemplamos la máxima expresión de un todo y pudimos adorar a la nada.

Desde entonces, no he vuelto a ver tantas estrellas, ni he sido tan frágil y a la vez tan fuerte.

Desde entonces que no respiro igual.


Dónde estás, noche estrellada, ¿dónde estás? Te busco y no te encuentro, corro detrás de tu sombra y te pierdo entre la niebla. No quedan pasos a seguir, no dejas huella en tu camino.

Quizás esta historia aún no está terminada, quizás tenga que volver a sentir la hierba en mi espalda. Quizás la noche me persigue en sueños y me grita que vuelva, que aún no hemos terminado.

Solo sé que los olores de ayer cada vez me hacen más daño.
                    Y que si lo pienso, estoy atrapado en una necesidad que creo, será eterna.





jueves, 31 de octubre de 2013

La supervivencia del cítrico

Bajo la premisa de un constante “no pasa nada”, la naranja intenta esconderse detrás de su montón de compañeros frutales. Sabe que ha llegado el frío, que es su turno, que la vitamina C por la que tanto ha recibido alabanzas está a punto de ponérsele en contra.

No puede hacer nada, es su condición, y ahora que han llegado las bajas temperaturas, el hombre necesitará de sus defensas.

No habrá gloria cuando te hagan entrar desnuda por el canal de la exprimidora.

Y se pregunta mientras asoma unos ojos lacrimógenos; ¿quién me defiende a mí, ahora que estoy a punto de ser despojada de todas mis virtudes?

-Pregunta estúpida,- le responde el sabio melocotón. - Naciste con ese talante mientras el resto tuvimos que conformarnos con un simple sabor exótico u otras vitaminas de menor calibre, fuiste la reina del olvido durante el caluroso verano y ahora pides letanías de misericordia. Inocente cítrico malcriado, afronta tus consecuencias y sal de nuestro frutero, ocupas demasiado espacio.

No eres más que una esfera solitaria y despreciada con piel de atardecer, a nadie gustarías si no fuese por esos componentes curativos. No te engañes, mi querida naranja, tienes lo que te mereces.

Cómo sobrevivir a algo que parece ser lleva mucho tiempo escrito, se pregunta mientras sus compañeras aceptan su condición y se limitan a vivir mientras pueden. Cómo escapar de las garras del hombre y de la perspectiva de un destino fatal al que parece que está condenada.

No se lo piensa dos veces.

Sale del frutero y se escribe a navaja sobre tu torso-corteza que “quiero ser algo más que una naranja”. Está cansada de pertenecer y ser etiquetada por un cúmulo de adjetivos que le han impuesto.

Tan sólo quiere crecer y poder decidir, forjarse a sí misma y crearse a su antojo. Levantarse y pensar que el mundo está hecho para aquellos que sueñan que todo es posible, que la supervivencia no es un sacrificio, sino la mejor de las oportunidades ante la adversidad.

No nos queda más que sonreír ante el frío, ante la duda, ante la premisa de que vivimos tiempos difíciles. Seamos sinceros, la simple idea de salir del frutero de mierda en el que nos vemos atrapados, es lo más atractivo que podemos permitirnos.

Al final la naranja se quedó en naranja, pero fue feliz durante toda su vida, pues no se conformó con simplemente ser.



sábado, 15 de junio de 2013

Olores de Universidad


Olores que no entienden, que obedecen, olores que hacen daño, olores que enloquecen.

¿Olores? Tu fortuna, tu esencia, el descontrol de tu sonrisa, el invite a tu demencia.

Olores que terminan, que te obligan a parar, olores que reclaman ‘no vuelvas a empezar’. Olores de escalera, olores de azahar, olores son momentos que no puedes olvidar. Olores sin sentido, olores consentidos, olores que no acaban, olores Nunca Más.

Olores para siempre, olores playa y sal, olores que se encienden, que intentan cabalgar.
Olores bajo el mar, olores busco paz, olores ¿y las cuentas que me quedan por pagar?
Olores en tu arte, olores de escritura, olores en palabras que camuflan comisuras.

Olores son los años, olores es el tiempo, escondido tras la estela que provoca el movimiento.

Olores inocentes, olores pervertidos, olores pies descalzos, olores atrevidos. Olores casi ciegos, olores irreales, olores que se acercan y que hieren cual zarzales.

Olores ¡Yo no puedo!, olores ¡Qué no debo!, olores no lo hagas… olores que me matas.

Olores color negro, olores de tristeza, olores como el humo que anochece en tu melena. Olores ya no hay prisa, olores no te vayas, olores de cenizas, olores que no callan. Olores de tu voz, olores de postal, olores muy insanos, olores de cristal.

Olores que hacen huella, olores que penetran, olores entre tierras que destierran las balanzas. Olores de mudanza, olores de estandarte, olores que tuvieron que presenciar el fatídico momento en el que te marchaste.

Olores como tú, olores como yo, como esta preciosa historia que dibuja el descontrol.

Gracias. 

Por estos 4 años, por lo que vendrá.




jueves, 18 de abril de 2013

Norte mío

Hace ya tanto tiempo que no escapo que empiezo a no recordarte con claridad. Sé que hubo un tiempo, un pequeño espacio situado entre la rutina de mis días, en el que pude desconectar de mí mismo.

Si sigue lloviendo de esta manera, temo que al volver no encuentre nada.

Queda ya muy lejos aquel lugar, aquel viaje en el que la noche no significaba el fin del día, sino el preludio de un mañana siempre libre. Queda todo demasiado borroso, y mientras tanto yo me pregunto ¿dónde estás, Norte mío, ahora que tanto te necesito?

Me diste la paz, el aliento, la sensación de que todo podía ir bien. Me mostraste las buenas costumbres, el placer que reside en la ausencia de la necesidad. Me pintaste de amarillo unas flechas que guiaban mis pasos cada vez más cansados y a su vez, cada vez más erguidos. Fuiste capaz de enseñarme a disfrutar de la nada, del sol, de la hierba y de la montaña en su totalidad. Me pude ver a través del reflejo de las aguas cristalinas de un embalse y comprenderme.

En definitiva, me limpiaste el alma.

Y yo, consecuente con la realidad que me envuelve, pude volver a la civilización, y pese al esfuerzo, me reinserté. Hasta entonces he hecho lo que tenía que hacer, lo que estaba estipulado bajo las leyes del buen ser humano. Incluso intento día tras día deshacerme de los vicios, aquellos que me permiten mantenerme a salvo de la imposibilidad de volver. Pero no es suficiente, no me sirve, no me siento recompensado si no te tengo, Norte mío.

Por las noches me pierdo entre tus parajes perdidos, entre tus lunas a quemarropa. No hay momento en que no piense en dejarlo todo y salir a dormir a la calle abrazado a mis pertenencias, a mis sueños cada vez más humanos, al disfrute de la contracción de mi diafragma cada vez que, relajado y tranquilo, me daba por respirar.

Contra más me alejo del recuerdo, más te necesito. Y contra más rebusco entre mis dedos, menos arena me queda.

No sufras mi Norte, pensaré en ti durante los silencios de cada madrugada, mientras el café se enfría, mientras maldigo no tener tu bosque salvaje en mi espalda. No mostraré necesidad, más sin embargo y durante cada minuto de los que me quedan, arderé en llamas sedientas de un poco de tu tranquilidad.

        Estoy perdiendo el norte y sé que para recuperarlo, 
                                                          tarde o temprano tendré que volver.

http://www.youtube.com/watch?v=VkqUsCel-Vs



sábado, 9 de marzo de 2013

No pudo ser becario


Esta es la historia del pobre José,
vendedor ambulante en la calle traspiés.
Coeficiente selecto, intuición abismal,
buscaba sediento una oportunidad.

De joven luchaba a capa y espada
moría, sangraba bajo puertas cerradas.
Entre zarzales estudió empresariales,
combinando el horario, repartiendo postales.

Un trabajo fijo, mal remunerado,
no pudo dejarlo, estaba encadenado.
El maldito alquiler, la odiosa necesidad
de tener que comer y a la vez estudiar

Echaba de menos salir por la noche,
beber, divertirse, follar en el coche.
El precio era alto, lo pudo aguantar,
tarde o temprano vendría algo más.

Pasaron los años y se licenció,
en su cabeza ya había un mundo mejor.
“Trabajar de lo mío, casarme” pensó,
“se acabó la sequía, es mi turno”, decía.

Se quiso despedir de los días nublados
lanzando al aire el sombrero de licenciado.
Se acercó sonriente al tablón municipal
buscando un empleo donde poder prosperar.

¿Y qué pasó, qué sucedió?, ¡pobre José!
Te quedaste perplejo, paralizado.
Lágrimas en los ojos, 
¡te han engañado!

Ni una oferta decente, o al menos pagada,
23 vacantes no remuneradas.
Te miras, te ves, no puedes comprender,
5 años tirados, no entiendes ¿por qué?

Te ofrecen ser becario y necesitas comer,
¿6 meses de prácticas? ¡¿quién paga el alquiler?!

No se dio por vencido tan fácilmente,
buscó y rebuscó un contrato entre la gente.
Nadie dirá que no lo intentó,
peón en tablero jugado por dos.

Te obligan a prestar profesionalidad
a cambio de experiencia que nunca tendrás.
3 años, quizás 4 y podrás ascender,
a junior, trainee, o vete a saber qué.

Desesperado, perdido, no encuentras sentido,
engranaje perverso dirección al olvido.
Postales sin sueños tendrás que vender,
no llores, no sufras, es la vida José.

Condenado a no ser, por no ser hijo de,
otro caso perdido, ves abriendo el archivo.
Tus amigos colocados ven tu asunto banal
desde el despacho de una pyme o multinacional.

Pasaron los años, al final desistió,
no tuvo mujer ni oficina en Colón.
Duerme arropado, con el frío interior
de un sistema de mierda que lo esclavizó.

martes, 4 de diciembre de 2012

Doble filo


Bienvenidos, mis queridos lectores, al momento álgido de la partida.

Aquí estoy yo, el rey, junto a mis dos torres y el alfil. Han muerto mis caballos y no he sabido guiar a mis peones hacia la batalla.
Me pregunto consternado, con el oído sangrando e intentando sacar las pocas fuerzas de flaqueza que me quedan, cómo narices he llegado hasta aquí. No entiendo, no comprendo el extraño resultado de la situación. Hace apenas dos días tenía un ejército implacable a mis órdenes, dispuestos a dar la vida por mí.

No me queda casi nada, mi uniforme de gala está rasgado por el pecho. ¡Ni hablar de la armadura!, me la quité para ofrecérsela a mi enemigo y él, él se la regaló a uno de sus peones.

He fracasado como líder, como comandante en jefe de mi batallón y como estratega.

Únicamente me queda mi espada, mandoble de doble filo.

Arranco mis medallas y las arrojo sobre este sangriento tablero. No quedan victorias ni batallas vencidas si al final, cuando todo termina, pierdes la guerra. Me arrodillo, pues no me queda aliento ni para continuar levantando este estandarte.

A mi rival tan sólo le queda el rey y la reina, más que suficientes para derrotarme.

Miro a lo que me queda de ejército y caigo en la cuenta de que no han luchado. Ninguno de ellos lo hizo.

Me pongo en pie, agarro con fuerza el mandoble y me acerco a ellos.

- Mis valientes guerreros, ¿por qué no lucharon por mí en esta guerra que sabían que no podía ganar sólo?

- Mi señor, nunca te mostraste débil, nunca nos dijiste que hiciésemos falta en esta cruenta batalla. Incluso en medio del rechinar de sables dolorosos nos gritabas “¡quedaos quietos, mis soldados!", ¿cómo demonios pretendes ahora que nos sintamos culpables?

Mientras comprendo que quizás, en el silencio de mi tormento necesitaba ayuda, se acerca la reina y me susurra al oído... 

Jaque mate.




jueves, 22 de noviembre de 2012

Bituroute Negro


He crecido,
y a caladas reducido,
la palabra libertad.
Sin butaca, sin cristales,
sin señales de radar.

Yo respiro,
paz adentro,
ya no sueño ni despierto,
cabalgar entre dos tierras,
renunciar a lo que siento.

No me arrastro por el rastro que dejaste,
te marchaste.
Que en mi boca, si no miento,
desembocan solo vientos.

Que mis ojos han quemado,
lo que queda de este ser,
y mi alma, mal pintada,
ya solo piensa en beber.

En beber de tus ausencias,
de los miedos de tu esencia,
de la sangre que derramas,
por las ramas de tu voz.

De tu copa, triste copa,
mala representación,
la que finges cuando mientes,
cuando acaba la función.

Bituroute pal corazón,
más asfalto a las heridas,
y que arda mi pulmón,
entre niebla de mentiras.

Bituroute pal corazón,
que lo tengo en carne viva,
vuelve negro este colchón,
que toca otra despedida.

Me trago el agua del mar,
para rebozar en sal,
esta triste melodía.

Melodía de los horrores,
la de los 3000 borrones,
donde tú ya no me importas,
donde ya ni el aire cortas.

Donde el cielo que arrodilla,
no enmanilla ni mi voz,
donde subo tres peldaños,
y me siento como dios.

Que no valgo pa cantar,
y ni eso me va a importar,
porque yo soy quien se crea,
cuando sube la marea.

Y mi tiempo, cuenta atrás,
no sabrá que es descansar,
este hielo que me envuelve,
siempre supo cimentar.

Bituroute pal corazón,
más asfalto a las heridas,
y que arda mi pulmón,
entre niebla de mentiras.

Bituroute pal corazón,
que lo tengo en carne viva,
pinta negro este colchón,
que no quiero despedida.

A esculpir caparazón,
que esta noche es solo mía,
cruzar calles y caderas,
entre piernas que me guían,
camino la madrugada,
con el sol a puñaladas,
para así poder cantarte,
esta, tu última balada.

Y no sufras, vida mía,
no será cárcel mi día.

Con un guiño despedirme,
sonriente, siempre firme.

No necesito decirte,
que he perdido la razón,
dónde tú me conociste.