martes, 4 de diciembre de 2012

Doble filo


Bienvenidos, mis queridos lectores, al momento álgido de la partida.

Aquí estoy yo, el rey, junto a mis dos torres y el alfil. Han muerto mis caballos y no he sabido guiar a mis peones hacia la batalla.
Me pregunto consternado, con el oído sangrando e intentando sacar las pocas fuerzas de flaqueza que me quedan, cómo narices he llegado hasta aquí. No entiendo, no comprendo el extraño resultado de la situación. Hace apenas dos días tenía un ejército implacable a mis órdenes, dispuestos a dar la vida por mí.

No me queda casi nada, mi uniforme de gala está rasgado por el pecho. ¡Ni hablar de la armadura!, me la quité para ofrecérsela a mi enemigo y él, él se la regaló a uno de sus peones.

He fracasado como líder, como comandante en jefe de mi batallón y como estratega.

Únicamente me queda mi espada, mandoble de doble filo.

Arranco mis medallas y las arrojo sobre este sangriento tablero. No quedan victorias ni batallas vencidas si al final, cuando todo termina, pierdes la guerra. Me arrodillo, pues no me queda aliento ni para continuar levantando este estandarte.

A mi rival tan sólo le queda el rey y la reina, más que suficientes para derrotarme.

Miro a lo que me queda de ejército y caigo en la cuenta de que no han luchado. Ninguno de ellos lo hizo.

Me pongo en pie, agarro con fuerza el mandoble y me acerco a ellos.

- Mis valientes guerreros, ¿por qué no lucharon por mí en esta guerra que sabían que no podía ganar sólo?

- Mi señor, nunca te mostraste débil, nunca nos dijiste que hiciésemos falta en esta cruenta batalla. Incluso en medio del rechinar de sables dolorosos nos gritabas “¡quedaos quietos, mis soldados!", ¿cómo demonios pretendes ahora que nos sintamos culpables?

Mientras comprendo que quizás, en el silencio de mi tormento necesitaba ayuda, se acerca la reina y me susurra al oído... 

Jaque mate.




jueves, 22 de noviembre de 2012

Bituroute Negro


He crecido,
y a caladas reducido,
la palabra libertad.
Sin butaca, sin cristales,
sin señales de radar.

Yo respiro,
paz adentro,
ya no sueño ni despierto,
cabalgar entre dos tierras,
renunciar a lo que siento.

No me arrastro por el rastro que dejaste,
te marchaste.
Que en mi boca, si no miento,
desembocan solo vientos.

Que mis ojos han quemado,
lo que queda de este ser,
y mi alma, mal pintada,
ya solo piensa en beber.

En beber de tus ausencias,
de los miedos de tu esencia,
de la sangre que derramas,
por las ramas de tu voz.

De tu copa, triste copa,
mala representación,
la que finges cuando mientes,
cuando acaba la función.

Bituroute pal corazón,
más asfalto a las heridas,
y que arda mi pulmón,
entre niebla de mentiras.

Bituroute pal corazón,
que lo tengo en carne viva,
vuelve negro este colchón,
que toca otra despedida.

Me trago el agua del mar,
para rebozar en sal,
esta triste melodía.

Melodía de los horrores,
la de los 3000 borrones,
donde tú ya no me importas,
donde ya ni el aire cortas.

Donde el cielo que arrodilla,
no enmanilla ni mi voz,
donde subo tres peldaños,
y me siento como dios.

Que no valgo pa cantar,
y ni eso me va a importar,
porque yo soy quien se crea,
cuando sube la marea.

Y mi tiempo, cuenta atrás,
no sabrá que es descansar,
este hielo que me envuelve,
siempre supo cimentar.

Bituroute pal corazón,
más asfalto a las heridas,
y que arda mi pulmón,
entre niebla de mentiras.

Bituroute pal corazón,
que lo tengo en carne viva,
pinta negro este colchón,
que no quiero despedida.

A esculpir caparazón,
que esta noche es solo mía,
cruzar calles y caderas,
entre piernas que me guían,
camino la madrugada,
con el sol a puñaladas,
para así poder cantarte,
esta, tu última balada.

Y no sufras, vida mía,
no será cárcel mi día.

Con un guiño despedirme,
sonriente, siempre firme.

No necesito decirte,
que he perdido la razón,
dónde tú me conociste.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Verso el Largo


Dejadme que os cuente la historia de Verso el Largo, el hombre que fue sentenciado a galeras por no saber pedir ayuda.

Era una fría noche de sábado. Nadie tenía sueño. Verso el Largo intentó hacerse dueño de su defensa, pues no confiaba en nadie para que le representase. En un intento a la desesperada, le pidió rápidamente al Tribunal que lo encarcelase en la más oscura de las celdas, más no sabía nadar y temía por su vida.

- No me pidas un par de bridas para sujetar tus ahogos, pues no has sabido equilibrar tu alma. Ahora no me vengas con prisas, me cansé de tu risa. Tu castigo por no querer pedir consuelo serán unos tablones de plomo pesado. Navegarás hacia el olvido, cosido al mar entre ristres de azar.

- Bebiste de los problemas ajenos olvidando que en tus venas se dibujaba un río, ardiente por dentro y por fuera muy frío, equiparado únicamente al amanecer de la espada de Alatriste, blandiendo así el caparazón de un triste, dormido y acorazado corazón.

- Te convertirás en una balsa de agujeros internos, subiéndose en ella una tripulación de enfermos. Nunca te tendrán en cuenta pues tu sonrisa les tranquilizará.

- Sobrevivirás tapando los huecos que provocan tus necesidades, “Necesito irme”, te dirás en silencio. Ya en la orilla, cuando firme sea la tierra, tú dirás:

"Vuestra ayuda espero."

- Y te dejarán hundir cual colilla en cenicero. Merecido castigo piensa este Tribunal, pues seguramente te muestres Crucero no siendo más que una moribunda barcaza. Debiste pedir factura o simplemente dar caza a unos tripulantes que, egoístas y maleantes, no supieron ver el hecho de que te ahogabas.

¡Oh Géricault!, quién pudiese resucitarte y pedirte que representes esta balsa, que cobarde y sin nombre de Medusa, utiliza como excusa a una sociedad que mata por pedir, que nunca supo dar, que no sabe ni sabrá convertir en arte su carencia, ni abrir el telón de su esencia, ni poner corazón para dos.

- No contemples pintar un desnudo si no le ofreces amor. No quieras muelle ni calor donde amarrar este bote, pues mantenerse a flote, por suerte o por desgracia, será ahora y siempre tu condición.

Si me hundo y no me encuentro, que enciendan la luz, que viviré en el inframundo y pagaré con mi cruz.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

De hambre a hambre

Esta es la historia de un niño que quiso jugar a ser dios.
Nunca supo exactamente si eligió este juego, más sin embargo, nunca dejó de jugar. Dicen que fue el propio mundo quien lo colocó, cual débil peón, en este dificultoso tablero. Comentan también que fue él mismo quien voluntariamente se metió en esta enredadera de sufrimiento muy poco recompensado. Él afirmaba que fue el hambre quien le hizo participar eternamente en la conquista de algo, que en cierto modo, sabía que no podía conseguir.
Sus amigos solían preguntarle que qué era aquello que le impedía jugar con ellos a construir castillos de arena en la playa, él solía contestar que sus castillos debían ser de hormigón, material muy poco abundante por aquellos lares. La razón, aunque poco respaldada, era obvia. Cuando subiese la marea, ellos volverían a su casa real, con su comida real, con su ausencia de incertidumbre real. El niño, el cual únicamente tenía como realidad el miedo a no conseguir esas realidades, luchaba a fuego por un pedazo de estabilidad. 
Tan solo quería no tener hambre, tan solo quería no pensar.
Fueron pasando los años y compaginó su vida normal con su guerra contra el mundo. No lo llevaba mal, de hecho, su sonrisa llegó a ser tan real que incluso él mismo se la acabó creyendo. Madrugaba un poco más que el resto y se acostumbró a no dormir del tirón. Su cabeza funcionaba a cámara rápida, pero sus movimientos eran más tranquilos que la palabra terciopelo. 
Cuando alcanzó la madurez, llegó a la conclusión de que había pasado tanto tiempo consigo mismo que aquello era lo normal, que el resto del mundo no estaba viviendo o simplemente no estaban aprovechando la cantidad de oportunidades que esta vida les ofrecía. No obstante, veía como ellos viajaban, salían, se divertían constantemente y la despreocupación de sus rostros llegaba a ser, como mínimo, insultante.
Estaba claro que se habían diferenciado dos caminos, uno de los dos, absurdo.
No importa, el tiempo fue pasando y con él fuimos envejeciendo. Todo cambiaba y a su vez todo seguía igual, era difícil comprender hacia donde iba aquel niño que se había hecho grande pero que nunca llegaba a crecer del todo. Era feliz, a su manera era feliz. El mundo, sin embargo, se empeñaba en ponerle metas cada vez más complicadas y en ocultarle el lugar donde se escondía el final de la partida.
Nunca supimos si aquel niño grande dejó de pasar hambre, si consiguió llegar a conquistarlo todo. Solo sabemos que el día que desapareció, dejo un papel escrito a lápiz, muestra inequívoca de que siempre quiso ser inocente. 
Sus últimas palabras fueron:
Yo también quise jugar a construir castillos de arena, pero alguien me lo impidió. Tan solo me inventé este juego para poder jugar a algo.

viernes, 3 de agosto de 2012

De ida y vuelta


Agujas de doble filo,
hilo de triple grosor,
me coso cuanto he vivido,
sonrío en mi propio dolor.

Que no miento ni he fingido,
al diseñarme el ataúd.
Sin salud, más piel de acero,
me pregunto ¿Eres tú? 

Disiento, ya no importa,
pinto todo lo de ayer.
Que esta vida se hace corta,
No soporto otro traspiés.

Arranco el aire, me lo quedo,
compro hueco entre tus pies.
Quemas rueda, busco el suelo
y me aparto del andén.

Necesito tardes rojas,
sobran hilos en mi vida,
trapecista a cuerda floja,
que abandona la partida.

Volveré de madrugada,
a morirme entre tus besos,
a quererme en tu mirada,
a comerte hasta los huesos.

Mientras tanto no me olvides,
que estaré en la noche fría,
y en tu sed busca mi copa,
                        que tu boca será mía.

viernes, 13 de julio de 2012

Cota de malla


La luz del fluorescente es demasiado blanca, siempre me lo ha parecido.

Es extraño, según la mujer de recursos humanos, es la que mis ojos necesitan.
¿Qué sabrá ella?, pienso yo constantemente, Qué sabrá nadie…

Ahora viene cuando debería realizar un esfuerzo poco considerable para metaforear una historia que se repite constantemente, pero arranco el reflejo del espejo, lo convierto en ventanal y compruebo, entre humos de mimbre, que estoy cansado de blanquear sonrisas, estos óleos amarillentos no terminan de secarse jamás.

Maldito cuadro de vacíos eternos, muéstrame una vez más al estúpido personaje que encadena esta locura, que esta noche quiero hablar con él.

Vendrás aquí quieras o no, harás un último esfuerzo antes de salir a correr, pues al fin y al cabo, no dejas de ser un cobarde que se esconde tras cuatro palabras, vestidas o desnudas, salvajemente de verde y marrón.

Armadura de aparente cordura, desbocada y hundida, desgastada y sombría, no abandonas a tu dueño, pues sabes que aún te necesita. Él recrimina tu peso, su ausencia de ligereza para volar, tú le aseguras la más absoluta de la seguridad. Pero, ¿Quién presume de tal atributo cuando la tierra te pide a gritos que respires?

“Ya es tarde”, le dices mientras sales por la puerta, “no te necesito ni para cuando vengan las terribles hordas de  soledad.”

Quise escribir con transparencia, pero no la encontré, quise dejar de presenciar discusiones entre armaduras y personajes de cuento, pero tras deambular entre mis pensamientos, comprendí que no podía ser.

Mañana, cuando amanezca, estaré lejos de aquí, buscando el modo de mirarme al espejo y saludar al aire, estoy cansado de que todo esté siempre tan sucio.

Necesito comprender.

domingo, 10 de junio de 2012

Mientras duermes


Tu recorrido siempre ha sido seco, tan incapaz de deslizarte suavemente, que acabas entrando en la más oscura de las habitaciones. Buscas y encuentras, en cada centímetro de tu andadura, el placer que reside en el dolor.

La luz es tenue, necesitas ver cada movimiento pero prefieres intuirlo, no comprendes, pero tampoco lo necesitas. Sientes como tu piel se eriza cual escalofrío nocturno, ha empezado pues, el más digno de los espectáculos.

Tu primer paso siempre es comprobar, analizar el perímetro de lo que necesitas arrancarte para posteriormente, apretar el gatillo a navajazos.

Hace apenas cuatro días que lo hiciste y ya lo echabas de menos.

Sigues, porque una vez empiezas ya no sabes detenerte, coges con fuerza el instrumento que te otorga el poder absoluto de tu rostro. Sabes que has nacido con la condena de mirarte eternamente con los mismos ojos, pero eres capaz de cambiar la imagen que proyecta el sucio, diabólico y empañado espejo.

“Soy un hombre al fin y al cabo” Dices mientras sueltas la chuchilla. Te secas, te miras por última vez y atraviesas la salida de emergencia.

Tres días después lo vimos comiéndose el mundo a pedazos, al cuarto volvió a entrar en esa oscura habitación.

Que más puedo decir, si aprendió a sobrevivir afeitándose de madrugada, a desprenderse de unas suelas ancladas. A esperar el chirrío de ruedas de tren, caladas en la Estación Incomprensión, huyendo de la sombra de unos ojos, que ni de reojo miraron, lo que escondía el corazón.

viernes, 18 de mayo de 2012

Boss


Definamos pues, la recreación del momento.

Eran las 23:24 horas de un viernes noche, los planes se habían torcido y el cielo acababa de abrir sus piernas, perdón.

Puertas.

Como buen anfitrión, le hizo una reverencia de lo más cortés, pues la educación de un señor no debe perderse ni ante la muerte. Quiso, más sin suerte, evadir un desliz de cordura, quedarse en casa y descansar.

Su única opción era la luna, su cuna, su paz. Salió en su búsqueda desnudo, ya que su armadura, por error, estaba en la tintorería. Sin ropa, más con sombrero de copa, arrancó a correr.

Se bebió la noche sin querer, y el mar, y las aguas residuales de su masa cerebral. Quiso ser dueño del verbo, siervo del compás, un estúpido individuo impreso a modo de postal. No entendió que no era inglés, ni educado al comprobar, que su lengua era más libre que el barrote de un corral.

Cinco, seis o siete horas después, creo que puede descansar, no hay gallinas, ni sombreros, ni ganas de desayunar. ¿Consiguió nuestro hombre de hierro, sin más, camuflar el perfume de la realidad?

*Boss Bottled Night
          Para hombres que no entienden la noche, ni lo pretenden.

jueves, 12 de abril de 2012

Recuerdos de la Alhambra


Esta vez dibujó el sentido de los hechos bajo los acordes que provocan los Recuerdos de la Alhambra. No encontró mejor manera de entenderse. No había imágenes, no quedaban palabras que pudiesen describir lo que una mente desarticulada era incapaz de estructurar.

Su sonrisa llegaba tan lejos que incluso el día siguiente estaba ansioso por llegar. Su felicidad avergonzó a la más puta de las tristezas, la cual, sonrojada y con la rabia entre las piernas, huyó junto a todas sus desgracias. Ni las nubes tenían el valor de acercarse, no durante la noche en la que la luna tenía que adquirir todo el protagonismo.

Se quitó los zapatos y sintió el frío asfalto, cerró los ojos y pudo comprobar como su camino no existía, así que él mismo lo iba imaginando a su antojo. Creaba el color, diseñaba las aceras y cambiaba el prisma de todo cuanto se le antojase. Esa noche debía llegar donde tú estabas, lo necesitaba.

Se inventó una escalera infinita, la cual no debía hacer honor a su nombre bajo ningún pretexto. La cuestión de su inmortalidad residía en subir y subir sin tener la certeza de llegar al final.

Antes de llegar, antes incluso de comprender que no tenía nada que descubrir, apareciste y tiraste por tierra toda esta historia. Antes de llegar terminaste con todo, lo cogiste y te lo llevaste al mundo real.

Tu sencillo interés rompió su arnés, cortó la cuerda y lo lanzó en caída libre.

- “Pero, ¿qué le dijiste, mujer de las alturas, para que tanto poder se derrumbase? ¿Qué le dijiste, que lo sacó de aquel infierno, le arrancó sus mil máscaras y pudo devolverle la paz?”.

- “Le pregunté que como estaba”. Respondió mientras diseñaba el más hermoso de los anuncios.

miércoles, 21 de marzo de 2012

La beca del publicista


Entras con tus dos monedas, tu fortuna, tu último aliento materialista.

Te aferras a ellas como si de tus hijos se tratasen, al fin y al cabo, son tuyas y de nadie más, tú las has parido, te ha costado ganarlas, has sufrido por ellas y ahora vas a apostarlas.

Lamentas el hecho de tener que hacerlo, piensas que no es digno, que no es el método, pero no encuentras otra salida.

Te pedirías un combinado de tristeza y rabia para pasar el mal trago pero es extralimitarte en tus propias posibilidades económicas. Hace tanto tiempo que no te das un capricho que no te duele, ni lo sientes apenas.

Al pasar el detector de metales, un hombre te pregunta si por una moneda quieres adquirir un boleto, el cual lleva la llantera de un millón de monedas de premio.

Y no te lo piensas al negar con la cabeza tal oferta. No quieres tener más de lo que necesitas, no soportarías que tu riqueza llegase montada en el tortuoso carruaje del azar.

Solo quieres caminar sin tener que deber los pasos, elegir libremente la dirección sin preguntar el precio.

No quieres pagar por su sonrisa.

Te acercas a la mesa, apuestas tus dos billetes al negro y sale rojo.

Mañana seguirás caminando, puede que sin zapatos, puede que en otra dirección, puede que con una sonrisa pintada sin corazón.

Publicista, apuesta por el negro, no cambies la estadística ni escojas otro color. No mutiles al arte, no limites la creatividad, estarás apostando por el fracaso y no te lo podrás perdonar.

martes, 13 de marzo de 2012

La naranja de John


Bienvenidos a la teoría del fin.

A la explicación de todos los tabúes, al decepcionado entender, a la comprensión de la desgracia, a la cruda, triste y cansada realidad.

Esta es otra mentira acerca de la historia de John, el cual un día que buscaba desprenderse de todo se encontró con una extraña naranja. No se lo pensó y quiso exprimirla para beber de su zumo.

Quedó maravillado, nunca su paladar había degustado semejante placer.

Hay que remarcar que el esfuerzo por presionar el cítrico era extenuante, pero mientras este le regalase un poco de su placer merecía la pena, nunca antes le había importado tan poco el control absoluto de todo. El problema aparecía cuando de la presión de sus manos no aparecía nada.

Era entonces cuando miraba al cielo y entre gritos devoraba todo cuanto se le antojase, y se lamentaba mientras le decía al mundo que le dejase tranquilo, que no le apetecía ser publicista si detrás de su máscara no se escondía nada.

Nada.

Esfuerzo recompensado con nada provoca la construcción de la barricada que hoy día rodea todo corazón.

Publicistas que no creyeron en su obra, publicistas que pensaron que la siembra debía ser siempre sobre tierra fértil y publicistas que negaron su condición, iros a dormir que esta noche, esta noche sobran apariencias.

martes, 6 de marzo de 2012

Cuando cae la luna


Me aparto de ti, bajo la persiana hasta que no necesito fuerza para tirar del cordel, observo su bajada a trompicones, me siento de mala manera, no necesito estar cómodo esta noche, descorcho a navaja un vino barato y dejo que sea terrible su salpicadura.

El primer trago es profundo, el segundo llega al corazón, el tercero entrañas adentro y el cuarto se limita a sonreírme.

Ahora que no veo, ahora que no hipnotizas cualquier sentimiento absurdo capaz de descuidarse y dejarse atrapar en las redes de la inconsciencia, ahora y solo ahora es cuando puedo incorporarme e imaginar un momento de la noche en la que no deslumbres cada rincón de mi alma.

Y que extraño resulta observar como la ausencia de tu luz ilumina mi alrededor.

Me planto en mi propia oscuridad y enciendo cerillas por doquier. No hay peldaño de color negro que no pueda subir, no hay azulejo ni espejo que aterre o limite mis ganas de vivir.

Enciendo el televisor y finjo que adoro el primer anuncio que aparece, pierdo las ganas y me invento tres mil excusas más para perderme entre ellas y así no pensar.

Me asomo al pozo de los deseos y por primera vez no escribo con mentiras que no quiero ser publicista, por primera vez lo grito con verdades.

Luna, no debiste desaparecer, no cuando la noche acababa de empezar.

domingo, 26 de febrero de 2012

El pedaleo del publicista


Se acerca al arrollo e intuye que un ápice de barro puede volver opaca la más cristalina de las aguas. Se acerca más y coge la primera rama que cae, efectúa un movimiento circular esperando poder ver como todo se vuelve gris y se sorprende al contemplar la claridad de sus acciones.

-Nada es gris cuando has sido capaz de acercarte hasta aquí pedaleando-, le dice el efímero oleaje que provoca la retirada de la rama. Que poco le gusta el degradado a su marchita venda de tintas planas.

Y por un instante, por un pequeño instante todo cobra sentido. Lleva muchos años desarrollando el método de la supervivencia, llevando al extremo la capacidad para simplemente ser feliz. Es capaz de prever los acontecimientos y en cuestión de segundos trazar el plan perfecto que le saque de ahí. 

El problema es que del arquitecto al obrero siempre han habido demasiados ladrillos de por medio.

Sin embargo, 
si algo has aprendido, 
es que siempre hay una salida.

Supongo que por ese motivo decidió un día empezar a pedalear así, sin más. Necesita ser fuerte, ser digno de todo lo que pueda aparecer en su camino, necesita tener la creatividad suficiente como para inventar aquello que nadie supo regalarle. Debe tener la capacidad pulmonar que le lleve a salir corriendo cuando sea necesario, que no le fallen los músculos cuando sienta que empieza la persecución, las fuerzas de flaqueza, la dureza, y sentir que todo va bien, que es correcta la dirección sea cual sea el andén.

Necesita tener lleno el desván de las reservas para que nunca sienta que le falta nada. 

Escapista de corazón, no le queda otra que buscar constantemente salidas de emergencia para no arder en llamas, para respirar.

Pero este maldito desván se ensucia si no se comprende, y se ríe mientras le muestra que no está completo, ni lo estará hasta que entienda que hacen falta tan sólo dos manos para pintar su historia, la que un día creió que podría compartir.

Pedalea, pedalea hasta que no te quede tiempo. 
                                               Nunca supiste hacerlo mejor.