Entras con tus dos monedas, tu
fortuna, tu último aliento materialista.
Te aferras a ellas como si de tus hijos se
tratasen, al fin y al cabo, son tuyas y de nadie más, tú las has parido, te ha
costado ganarlas, has sufrido por ellas y ahora vas a apostarlas.
Lamentas el hecho de tener que hacerlo, piensas que
no es digno, que no es el método, pero no encuentras otra salida.
Te pedirías un combinado de tristeza y rabia para pasar
el mal trago pero es extralimitarte en tus propias posibilidades económicas. Hace
tanto tiempo que no te das un capricho que no te duele, ni lo sientes apenas.
Al pasar el detector de metales, un hombre te
pregunta si por una moneda quieres adquirir un boleto, el cual lleva la
llantera de un millón de monedas de premio.
Y no te lo piensas al negar con la cabeza tal
oferta. No quieres tener más de lo que necesitas, no soportarías que tu riqueza
llegase montada en el tortuoso carruaje del azar.
Solo quieres caminar sin tener que deber los
pasos, elegir libremente la dirección sin preguntar el precio.
No quieres pagar por su sonrisa.
Te acercas a la mesa, apuestas tus dos billetes al
negro y sale rojo.
Mañana seguirás caminando, puede que sin zapatos,
puede que en otra dirección, puede que con una sonrisa pintada sin corazón.
Publicista, apuesta por el negro, no cambies la estadística ni escojas otro color. No mutiles al arte, no limites la creatividad, estarás apostando por el fracaso y no te lo podrás perdonar.