martes, 6 de marzo de 2012

Cuando cae la luna


Me aparto de ti, bajo la persiana hasta que no necesito fuerza para tirar del cordel, observo su bajada a trompicones, me siento de mala manera, no necesito estar cómodo esta noche, descorcho a navaja un vino barato y dejo que sea terrible su salpicadura.

El primer trago es profundo, el segundo llega al corazón, el tercero entrañas adentro y el cuarto se limita a sonreírme.

Ahora que no veo, ahora que no hipnotizas cualquier sentimiento absurdo capaz de descuidarse y dejarse atrapar en las redes de la inconsciencia, ahora y solo ahora es cuando puedo incorporarme e imaginar un momento de la noche en la que no deslumbres cada rincón de mi alma.

Y que extraño resulta observar como la ausencia de tu luz ilumina mi alrededor.

Me planto en mi propia oscuridad y enciendo cerillas por doquier. No hay peldaño de color negro que no pueda subir, no hay azulejo ni espejo que aterre o limite mis ganas de vivir.

Enciendo el televisor y finjo que adoro el primer anuncio que aparece, pierdo las ganas y me invento tres mil excusas más para perderme entre ellas y así no pensar.

Me asomo al pozo de los deseos y por primera vez no escribo con mentiras que no quiero ser publicista, por primera vez lo grito con verdades.

Luna, no debiste desaparecer, no cuando la noche acababa de empezar.

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