Me aparto de ti, bajo la persiana hasta que no
necesito fuerza para tirar del cordel, observo su bajada a trompicones, me
siento de mala manera, no necesito estar cómodo esta noche, descorcho a navaja
un vino barato y dejo que sea terrible su salpicadura.
El primer trago es profundo, el segundo llega al
corazón, el tercero entrañas adentro y el cuarto se limita a sonreírme.
Ahora que no veo, ahora que no hipnotizas cualquier
sentimiento absurdo capaz de descuidarse y dejarse atrapar en las redes de la
inconsciencia, ahora y solo ahora es cuando puedo incorporarme e imaginar un
momento de la noche en la que no deslumbres cada rincón de mi alma.
Y que extraño resulta observar como la ausencia de
tu luz ilumina mi alrededor.
Me planto en mi propia oscuridad y enciendo
cerillas por doquier. No hay peldaño de color negro que no pueda subir, no hay
azulejo ni espejo que aterre o limite mis ganas de vivir.
Enciendo el televisor y finjo que adoro el primer
anuncio que aparece, pierdo las ganas y me invento tres mil excusas más para
perderme entre ellas y así no pensar.
Me asomo al pozo de los deseos y por primera vez no
escribo con mentiras que no quiero ser publicista, por primera vez lo grito con
verdades.
Luna, no debiste desaparecer, no cuando la noche
acababa de empezar.
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