jueves, 12 de abril de 2012

Recuerdos de la Alhambra


Esta vez dibujó el sentido de los hechos bajo los acordes que provocan los Recuerdos de la Alhambra. No encontró mejor manera de entenderse. No había imágenes, no quedaban palabras que pudiesen describir lo que una mente desarticulada era incapaz de estructurar.

Su sonrisa llegaba tan lejos que incluso el día siguiente estaba ansioso por llegar. Su felicidad avergonzó a la más puta de las tristezas, la cual, sonrojada y con la rabia entre las piernas, huyó junto a todas sus desgracias. Ni las nubes tenían el valor de acercarse, no durante la noche en la que la luna tenía que adquirir todo el protagonismo.

Se quitó los zapatos y sintió el frío asfalto, cerró los ojos y pudo comprobar como su camino no existía, así que él mismo lo iba imaginando a su antojo. Creaba el color, diseñaba las aceras y cambiaba el prisma de todo cuanto se le antojase. Esa noche debía llegar donde tú estabas, lo necesitaba.

Se inventó una escalera infinita, la cual no debía hacer honor a su nombre bajo ningún pretexto. La cuestión de su inmortalidad residía en subir y subir sin tener la certeza de llegar al final.

Antes de llegar, antes incluso de comprender que no tenía nada que descubrir, apareciste y tiraste por tierra toda esta historia. Antes de llegar terminaste con todo, lo cogiste y te lo llevaste al mundo real.

Tu sencillo interés rompió su arnés, cortó la cuerda y lo lanzó en caída libre.

- “Pero, ¿qué le dijiste, mujer de las alturas, para que tanto poder se derrumbase? ¿Qué le dijiste, que lo sacó de aquel infierno, le arrancó sus mil máscaras y pudo devolverle la paz?”.

- “Le pregunté que como estaba”. Respondió mientras diseñaba el más hermoso de los anuncios.

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