Esta vez dibujó el sentido de los hechos bajo los
acordes que provocan los Recuerdos de la Alhambra. No encontró mejor manera de
entenderse. No había imágenes, no quedaban palabras que pudiesen describir lo
que una mente desarticulada era incapaz de estructurar.
Su sonrisa llegaba tan lejos que incluso el día
siguiente estaba ansioso por llegar. Su felicidad avergonzó a la más puta de las
tristezas, la cual, sonrojada y con la rabia entre las piernas, huyó junto a
todas sus desgracias. Ni las nubes tenían el valor de acercarse, no durante la
noche en la que la luna tenía que adquirir todo el protagonismo.
Se quitó los zapatos y sintió el frío asfalto,
cerró los ojos y pudo comprobar como su camino no existía, así que él mismo lo
iba imaginando a su antojo. Creaba el color, diseñaba las aceras y cambiaba el
prisma de todo cuanto se le antojase. Esa noche debía llegar donde tú estabas,
lo necesitaba.
Se inventó una escalera infinita, la cual no debía
hacer honor a su nombre bajo ningún pretexto. La cuestión de su inmortalidad
residía en subir y subir sin tener la certeza de llegar al final.
Antes de llegar, antes incluso de comprender que no
tenía nada que descubrir, apareciste y tiraste por tierra toda esta historia.
Antes de llegar terminaste con todo, lo cogiste y te lo llevaste al mundo real.
Tu sencillo interés rompió su arnés, cortó la
cuerda y lo lanzó en caída libre.
- “Pero, ¿qué le dijiste, mujer de las alturas,
para que tanto poder se derrumbase? ¿Qué le dijiste, que lo sacó de aquel
infierno, le arrancó sus mil máscaras y pudo devolverle la paz?”.
- “Le pregunté que como estaba”. Respondió mientras
diseñaba el más hermoso de los anuncios.
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