lunes, 23 de mayo de 2011

A quemarropa

Entras, no.

Paras, devoras tu ansiedad y la vomitas en forma de humo.

Entras, ya no te quedan excusas para evitarlo.

Fijas tu objetivo en el punto más superfluo posible y te diriges hacía él.

Llegas vivo.

Pides por favor la manera de no pensar durante al menos 10 minutos. Das las gracias y te ausentas trago a trago.

Te das la vuelta como quien sabe que al girarse, tendrá que dar la cara. Y te dejas llevar.

Recibes con miedo a lo que no sabes si esperas, y decides importarle a todo el mundo para que nada te importe.

Sientes, lo niegas.

Sientes otra vez y tu cabeza te dice que basta, que debes escapar. Tu latido cobra vida y acaba con todo lo racional que vuela a tu alrededor. Ya no tienes cabeza, ni ojos, ni pies…

Tus manos han dejado de ser la extensión de tus brazos para convertirse en el principio de su cuerpo, tu piel ya no te pertenece.

Te apartas, te arrepientes.

Esta vez no escapas, sales. Y no por la salida de emergencia como de costumbre, esta vez es la puerta del descanso. No ves nada claro, pero ves.

Cantas una canción y te duermes, te despiertas y por primera vez en mucho tiempo, tu subconsciente te sonríe.

Algo va bien, y no vas a enterrarlo una vez más, porque duermes bien, porque vives bien.

Escupo un lamento sobre todo aquel que todo lo ha tenido, porque nada sabrá valorar. Benditos aquellos que no tienen nada, porqué con todo soñarán.

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