sábado, 25 de diciembre de 2010

Caída al cielo

Esta es la historia de un cubito que tocó el cielo.

La noche lo había situado fuera de su entorno, fuera de lugar. Cuando quiso darse cuenta, estaba rodando empujado por la corriente, inmerso en un río de alcohol.

Pudo plantearse salir de allí, pero no quiso, era lo más divertido que había hecho en mucho tiempo.

Los zapatos del cubito estaban mojados y no le importaba, se dio cuenta de que lo tangible había dejado de tener importancia y las sensaciones se habían apoderado de él. No comprendía, al fin y al cabo solo era un cubito, y estaba sintiendo. No quería salir de allí.

Y la corriente fue arrastrándolo poco a poco hacia el final. El buitre musical que sobrevolaba la zona pudo contemplar como quedaban pocos segundos para que el abismo en forma de cascada se hiciese realidad.

Y sucedió.

Lo que quedaba de hielo cayó y el tiempo se detuvo. La cascada, en vez de hacerle sentir que bajaba a los infiernos, lo transportó hacia un cielo que pensaba que nunca tocaría. Todo lo que quedaba de él se derritió, su racionalidad se deshizo pasando a una etapa emocional que le superaba. El tumulto de piedras, peces y humo que le acompañaban durante esa caída al cielo, hicieron de ese momento un cuadro para la eternidad.

Y la ley de la naturaleza, perversa en tu totalidad, hizo que no pudiese volver a subir el rio para volver a caer. Seguía sin importarle. El mar estaba cerca y pronto llegaría su final. Había tocado el más alto de los cielos y no cambiaría por nada el hecho de haberse deshecho, no cambiará nunca el instante efímero en que se consumió.

Hace décadas, la publicidad racional pasó a ser emocional, obligándonos a rescatar nuestro corazón para escribir con él, obligándonos a hablar de cubitos sumergidos en alcohol, obligándonos a vivir.

Gracias Publicidad, por todo.

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