martes, 24 de junio de 2014

La noche libre


Nos habían negado la entrada al albergue, al menos la entrada gratuita. Y nosotros, por aquel entonces, ya solo pagábamos por comer.

Habíamos entrado en el norte de Asturias, concretamente en el pequeño pueblo “La Isla”.

Llevábamos todo el día pedaleando, empujando la bicicleta y soportando el peso de nuestras alforjas. Apenas nos quedaba una hora de luz y decidimos acercarnos a la playa a darnos un baño. Es extraño, pero aún no nos habíamos bañado en la playa, y eso que nos acompañaba desde el principio de nuestro camino.

Al llegar no tocamos ni el agua. Nos sentamos en la arena formando un círculo y nos fumamos un cigarro casi en silencio. Estábamos esperando la noche.

Cenamos con algunos peregrinos en una mesa de madera gruesa, oscura, de esas que llevan muchos años allí, de esas que sabes que van a durar toda la vida. Era agradable compartir vivencias con otras personas, pero al cabo de poco ya me molestaba la conversación. Llevábamos tanto tiempo solos que me había acostumbrado a lo bello del silencio.

La cena nos condujo a la negra noche, y sin darnos cuenta, todo el mundo se había ido a dormir. Todo el mundo menos nosotros, que estábamos esperando como gatos hambrientos nuestra oportunidad.

Entramos en el albergue sigilosos, a sabiendas de que quedaba algún colchón sin utilizar amontonado en una habitación. Tiempo atrás nos hubiese importado molestar, o que alguien nos llamase la atención. Pero la necesidad de dormir cómodo iba muy por encima de todo aquello.

No quisimos dormir dentro, eso ya no era para nosotros. Siendo sincero, recuerdo que cada día que nos quedábamos sin techo era un regalo, una oportunidad más de sentirnos completamente parte del entorno.

Así fue que sacamos 3 colchones al exterior, a los jardines de aquel pueblo tan bonito.

No teníamos sábanas, ni colchas, ni nada. Recuerdo como utilizaba como almohada unos sucios tejanos, y su olor ya no me disgustaba. Es más, olía a hogar. Y cuando estás tan lejos de todo, cualquier sensación parecida es realmente agradable.

Esa noche fue sin lugar a dudas “la noche”, y ese pueblo, La Isla, el mágico lugar donde pudimos sentirnos en libertad. Contemplamos la máxima expresión de un todo y pudimos adorar a la nada.

Desde entonces, no he vuelto a ver tantas estrellas, ni he sido tan frágil y a la vez tan fuerte.

Desde entonces que no respiro igual.


Dónde estás, noche estrellada, ¿dónde estás? Te busco y no te encuentro, corro detrás de tu sombra y te pierdo entre la niebla. No quedan pasos a seguir, no dejas huella en tu camino.

Quizás esta historia aún no está terminada, quizás tenga que volver a sentir la hierba en mi espalda. Quizás la noche me persigue en sueños y me grita que vuelva, que aún no hemos terminado.

Solo sé que los olores de ayer cada vez me hacen más daño.
                    Y que si lo pienso, estoy atrapado en una necesidad que creo, será eterna.





No hay comentarios:

Publicar un comentario